¿Son los masones adoradores de Satán?, ¿profanadores de símbolos cristianos?, ¿enemigos de todo lo sagrado? ¿Son sus rituales una invocación de Lucifer? ¿Dónde se gestó esta leyenda negra? ¿Quién la escribió? ¿Por qué ocurrió?. Vamos a aclararlo.
Hablábamos en otro artículo, dedicado al supuesto ateísmo de la Masonería, de las revoluciones liberales de la segunda mitad del siglo XIX en Francia, y de los enfrentamientos entre el Vaticano y el estado francés de la IIIª República presidido por los masones del Gran Oriente de Francia (G:.O:.F:.). La leyenda se forjó también en esta época ¿Cómo surgió?
Para ello tenemos que hablar de Leo Taxil, personaje ligado a una de las historias más grotescas de la lucha entre Masonería e Iglesia y que dio origen a la leyenda satánica de la Masonería.
Leo Taxil en realidad se llamaba Gabriel Jogang Pagés y había nacido en 1854 en el barrio del Puerto Viejo de Marsella. Educado por los jesuitas, con excelentes calificaciones, inició a la temprana edad de diecinueve años un exitoso negocio editorial, a través del periódico La Marotte, del que era fundador, administrador y redactor. Escribió y franqueó desde distintos puntos de la costa azul, cartas dirigidas al general Villebosniet, comandante de Marsella, advirtiéndole de la existencia de una bandada de tiburones asesinos en la zona. La alarma que causó fue tal, que varios establecimientos de baños hubieron de cerrar y se organizaron grandes batidas para localizar y terminar con los tiburones, obviamente sin éxito, mientras La Marotte vendía ejemplares sin parar. Finalmente se descubrió el engaño, y Gabriel Jogang se convirtió en Leo Taxil.
Trató entonces de estafar a ciertos comerciantes de la zona, pero descubierto y ante la inminente pena de prisión huyó a Ginebra. La calurosa imaginación de Leo pronto urdió un nuevo embuste, inventando el descubrimiento de una ciudad sumergida en el lago Leman y pidiendo a varias sociedades arqueológicas europeas que financiaran sus gastos de investigación.
Aprovechando una amnistía, Taxil regresó a París, justo cuando el presidente de la Asamblea Nacional francesa, León Gambetta (al que está dedicada la calle homónima de San Juan de Luz), acababa de lanzar su famoso grito de guerra. ¡El clericalismo. He ahí el enemigo¡. Taxil con su olfato para estos negocios comprendió inmediatamente dónde se hallaba el futuro y fundó La Librería Anticlerical que era en realidad una auténtica editorial. De su prolífica pluma salieron títulos tales como:
El cura cara de mono
Las necedades sagradas
El hijo del jesuita
Abajo los curas
León XIII el envenenador
Las pícaras religiosas Pio IX ante la historia. Sus vicios, sus locuras y sus crímenes.
Una de sus célebres novelas por entregas se refería a una vieja leyenda ya contada por nuestro venerable hermano Voltaire. Inés de Maguncia en pleno siglo XI, había conseguido con argucias de mujer, hacerse pasar por hombre y ser elegido Papa con el nombre de Juan el Inglés. Tras haber hecho el amor con varios monjes quedo embarazada, dando a luz en plena procesión, ante la indignación de la muchedumbre. Acababa su relato, el bueno de Leo, afirmando que en evitación de semejante escándalo en el futuro la Iglesia instituyó el trono agujereado, en el que todo Papa debía sentarse, mientras un cardenal se aseguraba “de tactu” de su virilidad.
Pero poco a poco el filón anticlerical se agota. Leo prueba con la sátira política pero no ve tajada. Nuestro querido hermano Leo había ingresado en la Logia parisina “Los amigos del honor francés” en 1881, en plena vorágine anticlerical, aunque había sido expulsado de manera fulminante sin haber sobrepasado el grado de aprendiz. Sin embargo su breve paso por la Masonería le había resultado fructífero. Aprovechando la ruptura del G:.O:.F:., con la tradición deista y el juramento ante la Biblia, los propios masones le servían en bandeja un nuevo filón.
Pío Nono, el papa del dogma de la infalibilidad papal, de la Inmaculada Concepción y convocante del Concilio Vaticano I, había abierto el baile entre Masonería e Iglesia atacando y condenando a la masonería y a otras sociedades secretas, en al menos ciento cuarenta y cinco documentos pontificios comenzando con la encíclica Qui pluribus. La herencia que recibió León XIII en 1878 parecía difícilmente superable, pero el Papa se esmeró en su empeño, y además de prohibir a sus fieles participar en política, produjo no menos de 228 documentos condenatorios de la masonería, poniendo en guardia al mundo entero contra ella. La Masonería aparecía en todo y para todo y era el leit motiv inevitable de los discursos, especialmente en su encíclica Humanun genus (20-4-1884). En esta encíclica la Iglesia respondía parafraseando el grito de Gambetta con un ¡La Masonería, he ahí el enemigo¡, y nuestro amigo Taxil, reconvertido y arrepentido de su anticlericalismo, comienza a escribir el primero de sus libros antimasónicos bajo el sugestivo título de “Los hermanos tres puntos” (Los masones separan los acrónimos con tres puntos :.). Le seguirán:
El culto del Gran Arquitecto
Las hermanas masonas
El anticristo y el origen de la masonería
Los asesinatos masónicos
El Vaticano y los Masones
Ya en su primer libro, Los HH:. Tres Puntos, lanzó la idea de que los masones practicaban el culto al diablo, no significando su ritual otra cosa que no fuese el culto a Lucifer, estando para más inri los caballeros Kadosch del grado 30 (uno de los altos grados filosóficos del Rito Escocés) en directa amistad con el maligno. Rozando en sus relatos la pornografía, y jugueteando con los asesinatos rituales y el secreto masónico, Taxil se convirtió en un best seller. En Las Hermanas Masonas Taxil describe con todo lujo de detalles el culto al demonio llamado Palladismo y presenta a Sophia Walder, la abuela del Anticristo.
El público devora las obras de Taxil que es traducido a varios idiomas y animado por varios eclesiásticos decide peregrinar a Roma, donde es recibido por León XIII, con quien permanece reunido mas de tres horas y ante quien confiesa todos sus pecados. El Papa le pide que repare sus pecados al servicio del anticlericalismo. Justo lo que el bueno de Leo esperaba. Con el respaldo vaticano comienza publicando “Confesiones de un exlibrepensador” para continuar con un “Satán y Cía” digno de un tabloide.
Taxil tuvo muchos discípulos como el Doctor Bataille, en realidad un alemán llamado Hacks, con cuya colaboración escribió su voluminosa obra titulada “El diablo en el siglo XX”. El negocio florecía cada día un poco mas y todo lo que escribían Leo, Hacks y compañía se vendía como rosquillas consiguiendo incluso ser prologados por el Papa como en el libro “La enemiga Social”.
El punto culminante del fraude Taxil llegó con la creación de un segundo personaje femenino conocido como Miss Diana Vaughan, gran sacerdotisa del culto palladista, e hija del demonio Bitrú. Esta dama ficticia se revelo como prolija escritora y con sus “Memorias por entregas” se mantuvo durante dos años en candelero reportando a Taxil pingües beneficios.
Leo Taxil fiel a su trayectoria vital protagonizó su último numerito en 1897, al pronunciar una conferencia en la que confesó la falsedad de todas sus revelaciones, provocando un escándalo del que la Iglesia aún hoy, no se ha liberado completamente.
Leo Taxil murió en 1907 en Sceaux sin que nadie le echase de menos.
IZ
(Artículo cedido amablemente por un miembro de nuestra Resp. Logia Altuna Nº 52. En base al absoluto respeto y libertad de conciencia individual, las opiniones expresadas en el mismo corresponden únicamente a su autor, y pueden no ser representativas de la opinión de otros miembros de la Logia)
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