Masonería y Juventud

Masonería y JuventudHistóricamente la Masonería no ha sido un núcleo que atraiga a la juventud, entendida como el periodo de la vida entre la infancia y la madurez, y las Logias nunca han estado llenas de hombres o mujeres en esa etapa vital, más bien al contrario. En base a esto podríamos preguntarnos: ¿Hay algo que la Masonería no hace bien, para que los jóvenes no se interesen por ella? Sinceramente creo que no. Simplemente, parece ser que la Masonería no es cosa de jóvenes, por lo menos en lo que a edad fisiológica se refiere. Otra cosa es la juventud interior, de la que hablaré más tarde.

La Masonería es a grandes rasgos un método particular de crecimiento interior, que propicia la reflexión filosófica, el desarrollo de la virtud y la defensa de ciertos valores básicos relacionados con lo que podríamos llamar “humanismo”, todo ello por la vía iniciática y apoyándose en símbolos y alegorías. Sin embargo creo que este método, para ser verdaderamente eficaz, requiere de una madurez interior previa, condición “sine qua non” para que pueda funcionar. Utilizando una metáfora constructiva, si queremos levantar un edificio que sea útil, tanto para nosotros mismos como para la sociedad, necesitamos que exista una buena base para hacerlo, unos cimientos sólidos. De lo contrario, nuestro proyecto corre el riesgo de caerse, más pronto que tarde, ante el embate de todo tipo de circunstancias adversas.

De esta forma, soy de la opinión que a la Masonería hay que llegar con cierto grado de madurez personal, que en ocasiones no está en absoluto reñida con la juventud. La Masonería no es un lugar al que uno se acerque con el ánimo de madurar, aunque esto también pueda ocurrir, sino con el deseo de superarse, de alcanzar cierta excelencia personal y de trabajar para lograr ser, como se ha dicho en alguna ocasión, “la mejor versión de uno mismo”.

Para preocuparse de lo metafísico, uno primero debe haber vivido, trabajado y asegurado lo físico. Antes de llevar adelante una búsqueda personal como la que propone nuestra Institución, es mejor haber estudiado lo que pertenece al mundo profano, tener una profesión que nos permita el sustento, un hogar propio y unas relaciones personales estables, entre otras cosas.

Los egipcios, una de las primeras civilizaciones que desarrollaron una cosmogonía, una espiritualidad y unos ritos iniciáticos complejos, pudieron hacerlo porque el Nilo les procuraba una abundante y rica agricultura. Sin esa base fundamental, motor de la vida social, del comercio y del desarrollo puramente humano, no hubieran podido alcanzar un desarrollo del aspecto más metafísico de la existencia. De la misma manera, uno debe primero encontrar ese “río Nilo” en su vida, aprender a bandearse ante sus crecidas y declives y ser capaz de obtener lo que necesita para subsistir, para luego poder mirar hacia las estrellas en la tranquilidad de la noche y comenzar a cubrir otras necesidades fundamentales de todo ser humano, a saber, hacerse preguntas, intentar obtener respuestas y ser consciente de ciertos valores que nos trascienden como personalidades individuales.

Un antiguo proverbio griego, que personalmente me gusta mucho, afirma: “Una sociedad desarrollada, es aquella en la que los ancianos plantan árboles, aunque sepan que jamás se sentarán bajo su sombra”. Efectivamente, esto denota una filosofía en la que se ha trascendido la preocupación exclusiva por uno mismo, para dar valor al bien común, algo que precisamente pueden hacer “los ancianos”, quizás porque han tenido el tiempo necesario para trabajar y forjar estos valores.

¿Pero acaso podemos decir que la juventud es insensible a muchos valores de índole social? En absoluto. Quizás hoy más que nunca, la juventud se preocupa y reivindica muchas cosas relacionadas con la construcción de una sociedad mejor y más justa. Pero creo que, por lo menos a priori, para la Masonería eso es una consecuencia de una transformación personal previa y de un compromiso profundo con ciertos valores que no pueden sino nacer de la experiencia, y que sólo pueden llegar después de un trabajo interno que a la juventud, por su dinamismo y fogosidad natural, le es más difícil realizar. Simplemente son etapas diferentes de la vida, aunque como he dicho, siempre hay honrosas excepciones que confirman la regla. Por tanto, y resumiendo, aunque es difícil establecer una edad mínima para entrar en Masonería, sí podríamos decir que es necesaria una madurez mínima.

Para finalizar, tampoco creo que la Masonería deba ser un asilo de viejas glorias,  una filosofía trasnochada o que deba estar desprovista de frescura y alegría. Cada día creo más firmemente que la Masonería debe acercarnos, como dirían los antiguos taoistas, a lo verdadero, lo bueno y lo bello, tanto para nosotros mismos como para los demás, ayudándonos a ser mejores personas en todos los sentidos. Si la juventud es belleza, energía y futuro, ¿acaso no son esos valores deseados por todo masón? Ese, en todo caso, sería nuestro mejor salario.

Tales

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